Redacción Libertad Magallán para Tienda Bandera
Emigrar es alejarse del lugar de origen para afianzarse en otro lugar diferente. Es salir de la zona de confort a la que estás acostumbrado, e irse del país en el cual has vivido por un largo tiempo. A veces, por diferentes motivos, puedes creer que ese escape es la solución a todos los problemas, que huir de esa realidad y cambiarla por otra es lo correcto. Que las cosas se solucionarán de manera mágica. Que tanto allá como acá todo va a mejorar. Esas decisiones son momentos de impacto que definen quien eres, momentos de miedo e incertidumbre que solo despiertan el más básico de los instintos del ser humano, la supervivencia. De cómo afrontar esas decisiones depende el siguiente paso: si es con miedo a lo que venga o si es para tomar el toro por los cuernos y salir adelante. Cuando salimos de nuestra zona de confort, las cosas más maravillosas comienzan a suceder. Y es ahí cuando estamos al borde de ese abismo de sensaciones, en el momento en el que la vida nos cambia para acomodarse como un rompecabezas al que antes no le encontrábamos ningún sentido. En muchos casos las cosas mejoran, llegas al destino que escogiste, o al que el universo escogió para ti y te adaptas después de un tiempo. Comienzas a vivir tu cotidianidad en otra latitud, en otro horario, en otro idioma.
Pero a veces las cosas son un poco más complicadas. Añoras ese rinconcito donde solías tener la cama, añoras al loco de la esquina que siempre te pedía plata, añoras la comida, la familia, los amigos, hasta esas cosas no tan chéveres y por las que te alejaste, dejando atrás la que era tu realidad. Sin más remedio y aceptando tus decisiones, comienzas una nueva vida, una nueva realidad, una nueva cotidianidad. Los días pasan y consigues un nuevo trabajo. Ya eres un poco más ducho en el idioma, consigues un nuevo rincón donde poner tu cama, una nueva forma de subsistir, nuevas tradiciones, nuevas amistades. Es como si nacieras de nuevo.
"... No añoras a las personas sino los momentos vividos con ellas..."
La vida en el exterior, lejos de lo que has vivido y de lo que estás acostumbrado, es todo menos fácil. Los incontables días en los que quieres decirle a alguien todo lo bueno y bonito que estás viviendo, pero no tienes con quien desahogarte debido a la diferencia de horarios que solo cabe en la cabeza de aquel que cree en los viajes al futuro. Vives días de inmensa tristeza añorando todas esas cosas que dejaste atrás, algo que solo los que emigramos podemos entender. Y cuando esas añoranzas se hacen tan grandes que decides volver, ya sea por un largo periodo o unas cortas vacaciones, las sorpresas que te llevas son tan grandes como el tiempo que has estado afuera. Desafortunadamente, nos damos cuenta de que ya no hacemos parte del Time Line de nadie. Que la vida sigue para todo y para todos los que dejaste atrás. Y es completamente entendible. Pensabas que ese mundo estaría en pausa esperando el momento triunfante de tu regreso y darte cuenta de que no es así duele, duele en el ego, duele en el alma. Alguien recientemente me dijo que no añoras a las personas sino los momentos vividos con ellas. Tal vez tenga razón. Tal vez eso es lo que añoro, esos hermosos recuerdos de una vida diferente que ahora vagamente recuerdo y saber que fui otra persona. Las odiosas expectativas. Esas cosas que uno espera que pasen. Que tienes en la cabeza como un hermoso cliché de cuento de hadas. Cuando te das cuenta de que solo eran eso, expectativas, eres capaz de ser libre, eres capaz de disfrutar las cosas por lo que realmente son y no por lo que esperabas que fueran. Las expectativas son el enemigo más grande de la vida y no solo cuando decides volver. Están presentes en todo en tu vida. Si aprendes a ignorarlas, la paz estará a la vuelta de la esquina.
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